Un proyecto sobre el espacio y el tiempo en el que el cráneo de los antílopes actúa como agente y protagonista de la narración.
Como una caja que cierra bien, así es el cráneo; ajusta con la precisión del constructor de relojes; cada una de las partes guarda relación exacta: geometría recíproca. Crea un espacio que es ocupado por el cerebro y otras sustancias durante la vida. Genera una función de protección perfecta. Con posterioridad la caja se vacía; es lugar vacío, es arquitectura que la imaginación hace habitable; genera espacio-bóveda-cueva donde uno podría perderse para siempre.
La simple presencia del cráneo fósil ante nosotros, su contacto o su caricia produce una sensación equivalente a la de situarse ante una escultura. Se puede entender la escultura como el lugar para acariciar y sentir el tiempo. Como el cráneo, la escultura es una estructura que perdura en el tiempo. Otros la han visto; otros la han podido tocar y sentir. Cierro los ojos y dejo que mis dedos sigan las líneas de sutura, ligeramente ásperas. Dibujo mentalmente una bóveda contenida en mis manos: la esfera del mundo.
El fósil de un cráneo está constituido por minerales que adoptan la forma de los huesos que dieron lugar a él. Aquel desapareció, se disolvió, carbonato cálcico en el agua tras el paso de los siglos. Este, aquí presente hoy ante mis ojos no es más que el resultado de una morfogénesis: el espacio que ocupaba el cráneo enterrado ha sido rellenado por materiales diversos: se ha formado una roca con la forma idéntica -matriz-madre-metro- a aquella que le dio origen. La naturaleza, el paso del tiempo y un cierto azar han generado una obra de escultura.