C A R G A N D O . . .

Un paraje bajo el Teide

En las Minas de San José cuando llueve, llueve polvo.
Polvo seco que calma la sed de los lagartos
y alimenta el matorral de alhelí.
En las Minas de San José el sol cae a plomo,
un sol que aplasta en verano las rocas nacidas del volcán
y las calcina nuevamente todos los días.
En las minas de San José entre el brillo verde de las cenizas posadas en el suelo
y las crestas ocres, pardas y negras de material ígneo, se filtra el viento Atlántico.
La vida, aun así, resiste en este ambiente hostil:
el cardo de plata, de hojas rastreras y atormentadas,
la violeta del Teide, de belleza geométrica, al abrigo de alguna roca.
Los retamares albergan al lagarto tizón
que parece manchado por restos de maderas quemadas
y que bebe una vez al año, cuando las gotas se presentan.
Dicen que, en aquellos parajes, en ocasiones, pasa el cuervo o el mirlo,
y sus graznidos en este paisaje desolado suenan épicos, eco clandestino.
Un gran mundo se abre a la contemplación,
al silencio de este mar cargado de icebergs vagando estáticos,
paralizados en un pasar del tiempo, este nuestro, que nos ha sido dado