La Galerna, viento del norte en la costa cantábrica es racheado y húmedo. Repentinamente el cielo transparente se oscurece, cobra el aspecto traslúcido y espeso de una roca de alabastro negro. Comienza un viento poderoso y cargado de agua de mar que inclina los árboles hasta el límite y que hace correr los elementos sueltos barriendo las calles. Los vientos Alisios, en Adeje, Tenerife, son horizontales y laminares: en pocos minutos una playa tranquila queda desierta de gente; arranca una poderosa ventisca de arena que se hace insoportable y se clava en la piel. El aire húmedo y cargado de polvo se torna borroso. He tenido la oportunidad, a lo largo de los últimos años, de conocer los distintos vientos de la península ibérica. Cada uno con su nombre: Terral, Levante, Ábrego, Cierzo, Tramontana, con su carácter: unos fríos, otros secos, cálidos, abrasadores, tormentosos…. todos ellos traen noticia de lugares por los que han pasado antes. Todos ellos, a lo largo de los siglos han sido escultores del paisaje: montañas y colinas, árboles y cultivos son en parte deudores de los vientos dominantes; todos ellos a lo largo del tiempo han tallado el alma y la psicología de las gentes que los han sufrido.